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miércoles, enero 29, 2014

Another Coast, Another Frontier.

Otra Costa, Otra Frontera

«¿Qué suena de fondo? Una melodía, triste melodía: la conozco. ¿Acaso de Bach? ¿O es Chopin? No puedo recordarlo. Me es del todo imposible el siquiera escucharla atentamente, aunque provenga de ahí justo, de la mesita junto al escritorio…

Son sus ojos: sí, sus ojos. Se trata de su mirar, que no me deja, que no me permite concentrarme -para nada- en lo que hago. ¿Pero qué es lo que hago? No hago nada. Simplemente no puedo, no puedo hacer nada: él no me lo permite. Sus manos, sus manos oprimiéndome las muñecas, no me lo permiten. ¿Entonces qué hago? Es que sus ojos -sí, sus ojos-, esos mismos de ahora, esos mismos que me tienen del todo nervioso por cómo me miran, por cómo no dejan de hacerlo, no me permiten siquiera hablarle.

¿Qué suena ahora? ¡Oh, esa canción! ¡Hermosa canción! La conozco, la conozco muy bien. Podría incluso cantarla, cantársela. No puedo creer no recordar el intérprete: él no me deja recordarlo. Seguramente él no lo sabe, pero es de mis favoritas: quisiera decírselo, no sé por qué…»

*

«Maldeciré de momento -una a una- las horas de mi existencia, vacía existencia, si de sus ojos ocasiono el brotar de lágrimas, lágrimas que -tal y como aquella vez- denoten la ruindad de mi sentir, de mi querer. A todas éstas: no entiendo el por qué está ahí nuevamente, tan frágil y entregado, tan como inconsciente de lo que pasa. ¿Por qué no se defiende? ¿Por qué no me aparta? ¿Por qué yo, en mi insistencia, sigo creyendo en esa tentación de querer tenerle, aun cuando no puedo?
Ese mirar, desorbitado; ese gesto neutralizado, superpuesto sobre su tan habitual sonreír, esos labios… tan ahí, próximos, tan míos como de ningún otro ser que no sea él mismo. Y la pesadumbre, esta pesadumbre. Y la culpa. Y la idiotez -en estado puro- que me representa del todo justo ahora -que lo amenazo-, justo siempre -que lo miro-, justo cada vez que invado su diminuto espacio o que navego en su amplia cama... incluso las tantas veces que devoré su piel, casi a la fuerza, y lloró… y lloré…»

*

Con el bastante notorio temblar de su mano, le tantea el brazo, el cuello, las mejillas. Se le aproxima cada vez más con cada centímetro de piel, por aquella mano -esa mano-, pasivamente invadido. Las ambas miradas jamás se apartan de la ajena: sus permanencias son estáticas, como embelesadas, frías. Pero no la mano.

Repentino rozar de labios, miradas -ahora- ligeramente esquivas, piel como carmesí tintada en los suyos rostros. Consecuentemente los ambos pares de labios se prensan: fue el otro. Un latente impulso de huida se refrena y, entonces, su mano -una- aterriza en aquel pecho y lo siente, lo siente tan acelerado como suyo. La otra, bajo  su tacto, muerde las sábanas con temor e impotencia. Los mirares desaparecen entonces.

Ambos torsos se desnudan. La singularidad de las huellas invasoras se exhiben como un mapa de trazos, de victorias a lo largo de la península que aquel blanquitismo lujúrico lleva por cuerpo. Y le mira. Y le espera. Por dentro se siente inmortal y sobre-humano, se siente el principio y el final. Y lo desea, lo desea del todo y se lo dice. «De nadie más» aclara y su rostro se ensombrece bruscamente. «De nadie más» repite como ahogándose en un súbito y oscuro murmurar: «Ni de mi».


1 comentario:

  1. ... "Ni de mí"

    No tengo comentarios... es sólo que... es demasiado... ESTOY LLORANDO.

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