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martes, enero 14, 2014

Junjō Romantica: Egoist Interest.

Intereses Egoístas

Serle huidizo, tal vez, podría ser una de sus virtudes. La verdad es que, dejarse acorralar, le quedaba mucho mejor. El sonrojar casi continuo, que tintaba a diario su rostro, era apenas una de las expresiones que su cuerpo daba ante la más ligera estimulación, desde un simple mirar hasta la más tierna caricia. Él, Nowaki, lo sabía (o tal vez no).

Hiroki, desde hace rato ya, le huía muy cabizbajo. Como era costumbre ya, el afecto de Nowaki lo fragilizaba; pero, últimamente, se sentía más y más indefenso cada vez. El mirar de Nowaki, sus continuas muestras de afecto, sus lindas palabras -cada vez más tiernas-, las caricias que le robaba cuando se le acercaba por cualquier cosa rutinaria. No parecía agotarsele nunca las escusas para tocarle, para hacerle un algo, cualquiera que fuese, con la punta de los dedos.

Ha evitado negar (como solía hacer) esas muestras de afecto. Se encuentra, por lo pronto, acorralado contra el pecho de Nowaki, una vez más, prisionero del dulce abrazo que, usualmente le da antes de despedirse. No se da cuenta, pero el reloj se detiene. El aire, tímidamente, se escurre fuera de la habitación. La luz se atenúa, se planta sobre ellos como actores sobre un escenario. Nowaki lo mira.

- Deberías terminar de irte ¿No crees? -musita Hiroki apartando la mirada- Llegarás tarde-.
- Lo sé, pero...

Lo tomó de la barbilla y, trayendo de vuelta su mirar hacia sí, intentó darle un beso. Hiroki, por impulso, no más, se apartó sonrojado hasta por encima de la ropa. Despertó de la ilusión del destiempo y, cubriéndose el rostro, regresó a la alcoba sin siquiera terminar de despedirse. El rostro de Nowaki, enseriado ahora, desapareció tras cruzar el umbral de la puerta. Se había marchado.

El cerrar de la puerta, casi mudo, fue un estruendo terrible a oídos de Hiroki. Empalidecido su rostro, no haya dónde esconderse ante la estupidez cometida: lo dejó irse, así porque si; y su rechazo, cruel rechazo, pudo haber sido malinterpretado. Le tembló el existir, de momento, tras dejarse tumbar sobre la cama. 
«¿Buscarlo? ¿Esperar a que vuelva? ¿Se molestó?»

Solo eran preguntas y más preguntas rondando su cabeza, la habitación. No deberían importar, no han de importar de verdad... la puerta se cerraría detrás de sí e iría a por él, por su abrazo. Iría entonces, a sólo tres cuadras más adelante, a tomarlo del brazo, a halarlo fuertemente, a darle un beso -el primero del día-.


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