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viernes, enero 03, 2014

Hunter x Hunter: Hemispheres.

Hemisferios

Los distancia, apenas, un pasillo y dos paredes.

De un lado, en una habitación un tanto desordenada, él y su pesado carácter se encuentran -apenas vestidos- recostados sobre la cama. La única luz existente proviene de una única y malograda bombilla en el centro del desgarrado techo. Las ventadas, todas selladas, han sido excluidas por completo de aquel ligeramente desastroso lugar. Él bosteza, bosteza mucho y muy seguido: está somnoliento, simplemente aburrido o -posiblemente- ambas cosas.

Se levanta de la cama, pasea en vaivén por toda la habitación esquivando cosas en el suelo, a su alrededor. Apenas y viste un par de pantaloncillos cortos. La palidez natural de su desnudo torso hace dudar sobre si alguna vez se ha expuesto a la luz del sol. La infantilada semi-desnudez que le acompaña se escurre lentamente más allá del umbral de la puerta, fuera de la habitación. Se detiene, como pensativo, frente a la semi-cerrada puerta de su habitación, mira a ambos lados del vacío corredor -como si fuese a cruzar una calle- y, falsamente, camina en dirección a la escalera que abre el corredor.

Se escurre entre los escalones, como un gato, sin hacer ruido alguno. Se percata de que no hay nadie en casa y, suspirando de fastidio salta sobre el más cómodo sofá del recibidor, aquel del rojizo envejecido. Se peinaba y despeinaba, una y otra vez, señal del pesumbroso aburrimiento que lo atacaba. Revoltoso, saltó fuera del sofá y subió las escaleras casi sin pisar ningún escalón, se resbaló el corredor bajo sus pies y, con un chasquido, ya estaba frente a la golpeada puerta de su habitación.

Los distancia, apenas, unos cuantos pasos y una pared mal pintada.

De aquel lado, el otro, comenzaba a reír muy animado, como si estuviese acompañado. Su ropa, cosa no-normal en él, yacía desperdigada por los suelos; era como si estuviese escarbando desde hace largo tiempo en busca de algo que, al parecer, nunca apareció. La iluminación  era totalmente natural: las ventanas abiertas, de par en par, invitaban a entrar tanto el lento soplido de la tarde como el cálido abrazo del sol de aquel domingo. El otro, sonriente, yacía sentado frente a un computador, totalmente de espaldas a la puerta de la habitación.


Él se aproximó, muy despacio, hacia aquella puerta. El otro no notaría para nada su presencia en aquel abandonado pasillo, pues se hallaba como embobecido ante aquella pantalla. Él abrió muy lentamente la puerta y, como un gato, se asomó silente: una llanura de ropa limpia se extendía frente a él, paseó su mirar lentamente hasta definir aquella figura sentada, de piernas cruzadas, al fondo de la habitación. Lentamente su rostro se vio sonrojado a la vez que su ceño fruncido. Quiso entrar. Quiso entrar y hacer algo, algo que ni él sabía. No lo sabía.



El otro, tecleando, permaneció inmutable por un rato más. Soltó una carcajada sonora y, con los ojos humedecidos, se da la vuelta con la silla. Se encontró, entonces, ante el azuloso mirar de Él, un tanto abrillantado, que resaltaba muy hermosamente debido a su inevitable sonrojismo. Sonrió como si nada, como siempre, como cada vez que lo tenía cerca (o de frente). Le sonrió sin más a la vez que señalaba lo Él que vestía. -Lo estuve buscando desde ayer, Killua -dijo sin dejar de mirarlo fijamente.



Los distancia, apenas, un roce de manos.



El pecho desnudo de uno -justo frente al otro- quiere huir (pero no hacia atrás). El cuerpo vestido del otro, muy quieto -como si nada- (distraído como de costumbre), se le aproximó de manera esquiva, como queriendo irse a la salida. El pálido brazo de Él, de Killua, se movió instantáneo y se alzó, su mano aterrizó sobre aquel vestido pecho y, ligeramente, lo empuja de vuelta a donde estaba. La palidez de su rostro, en verdad, ya no existía. Era como si nunca hubiese existido.



Dió un paso, firme. Un único y pesado paso frente al otro, al del oscuro cabello y brillante mirada. Lo miraba aún con malos ojos (aunque lucían más frágiles que enojados), a pesar de aquel sonrojismo permanente que, poco a poco, coloreaba toda su piel. El otro, en un intento por tocarlo, fue frenado instantáneamente por el tacto de Killua, un tacto un poco agresivo, un tanto tembloroso, muy pero muy dulce. -Deja de usar tanto mi ropa -musitó lento y claro un segundo antes de rozarle los labios.



Los distancia, de nuevo, un pasillo y dos paredes. El estruendo de un colosal portazo coloreó el pasillo y su silente presencia. Otro portazo, casi seguido del anterior, derribó el vacío de la desordenada habitación que, una vez más, volvía a ser habitada por su palidez natural. El otro ya no estaba ahí, donde Killua lo había abandonado tras su estrepitosa huida. Ya no estaba tras aquella puerta, pues, como buen imitador, quiso ser también un gato: abrió la puerta y, curioso, echó un vistazo dentro de la semi-oscurecida habitación.



Saltó sobre el desnudo y pálido torso que yacía, cara arriba, recostado sobre su cama. Lo besó. Lo besó una y otra vez mientras le acariciaba. Killua, el de los llorosos ojos, lo abrazó muy temblorosamente. Ojos azules, ojos cafés, fijos unos sobre otros. Labios de uno y otro, rozándose, besándose, queriéndose...



-También uso tu ropa interior -.

- Eres... un idiota...-.



1 comentario:

  1. Claro, primero me rompes el corazón y ahora me haces reír como foca retrasada kabdjshdsi.

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