Palabras del Autor.

Suspendido indefinidamente.

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martes, enero 07, 2014

Sweet Tears of Morning Dust.

Dulces lágrimas
de polvo mañanero.

Les veía ir y venir tanto, todo el tiempo, que a veces se preguntaba si de verdad había o no algo entre ellos. Era raro, si, pero posible y él lo sabía (o creía que sabía). Los miércoles, como ese mismo, eran los días en que más tiempo pasaba en casa, de visita. Podría decirse que sus visitas eran extremadamente prolongadas e, incluso, inusuales algunos días -tal como lo eran los miércoles-.

A veces, y con dificultad, se las ingeniaba para ser el centro de atención de aquel visitante perpetuo. Él no podía explicarse, pero, le gustaba tenerlo cerca. Le gustaba la mirada de aquel, su sonrisa... la calidez de su fraterno abrazo. Pero no entendía la razón -si es que había alguna- de aquel sentimiento de ahogo que, en su pecho, sentía al escuchar su voz provenir de ninguna parte.

-Siempre quise un hermano -dijo-; uno tan tierno como el tuyo.
-¿Tierno? ¡Es un monstruo!

Él siempre ignoró las rústicas palabras de su hermano mayor, pero, las de aquel otro no las olvidaría. El más mínimo elogio, la más mínima sonrisa suya... aquello le llenaba el espíritu de un entusiasmo jovial... lo hacía volar, literalmente. Desde hacía rato ya, notaba que la casa estaba un poco silenciosa. Él, en ese momento, se hallaba en medio de la sala tratando de divertirse con su consola de videojuegos... cosa que no lograba concretar.

La inquietud, la intranquilidad. La impaciencia típica de que todo joven que recién 'disfruta' de la pubertad. Se tambaleó, fastidiado, desde la sala hasta su habitación donde, al dejarse caer la cama, recordó haber dejado el televisor encendido. Con gesto de total fastidio, se levantó. Su caminar era totalmente descuidado, tosco, un tanto agresivo. Suspiraba tras cada paso, tras cada centímetro recorrido... excepto al llegar a la escalera.

-¿No te habían dicho antes que las escaleras se bajan con los ojos abiertos?
-¿Qué? ¿Ah? -expresó él al momento de escuchar la voz del visitante hablarle. Torpemente, al dar el siguiente paso, resbalo y rodó escaleras abajo.

El visitante, sonriendole, lo tomó entre brazos -como si de un niño pequeño se tratase-. Él no pudo decir nada. Su rostro, su aún infantil rostro, se tintó ligeramente al verse tan fragilisado por aquel tacto. 
«¿Qué hago?» se preguntó en sus adentros al momento en que aquel, el visitante, lo recostase en el sofá. Le sonrió y, lentamente, lo peinó con una mano antes de subir las escaleras. No dijo nada hasta volver, que lo encontró de pie esperándolo.

-Ten más cuidado -le dijo, tomándolo de la mano, arrodillándose frente a él-; no siempre me tendrás para rescatarte.

No podía, bajo ninguna circunstancia, devolverle ninguna palabra. Cuando él le hablaba era imposible articular alguna respuesta: quedaba embelesado. Los días continuaron iguales, después de aquello. Él les veía ir y venir tanto, todo el tiempo, que a veces se preguntaba si de verdad había o no algo entre ellos. Sentía celos de vez en cuando; era en esos momentos cuando el recuerdo le devolvía la compostura, cuando su mano volvía a sentir la de aquel visitante perpetuo, el mejor amigo de su hermano mayor... su primer amor de adolescente.


1 comentario:

  1. O SEA, NO, O SEA, O SEA, O SEA, YA ME MORÍIIIIIIIIIIIII *Rueda* akdnsjdnsjbdjsbdjsjsjshdhdjsjjdjsjsjsj es muy belloooooooooooo

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