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domingo, enero 05, 2014

Gundam Wing: Those Awaiting Letters.

Aquellas cartas en espera.


Tomó una hoja en blanco y, con animada velocidad, la rellenó de punta a punta sin desperdiciar espacio alguno. De impecable presentación y envidiable caligrafía, el joven la releyó dos y más veces buscando en ella cualquier huella de imperfecciones.

-¿Otra vez con tus cartas? -preguntó despectiva una joven de hermosas facciones.

-No tengo hoy tiempo para tus molestas cuestiones y quejas -dijo él sin siquiera mirarle; -Tengo tareas por hacer y cartas por enviar. Además no estoy tampoco de humores para aguantar ni tu voz ni tus caras de payaso. Mejor vete -.

Aquella respuesta, tan cortante y pesada -para ella-, le dibujó un golpeado gesto de rospresa e incredulidad en el risueño rostro. Así mismo como apareció, se esfumó -en la nada- dentro de aquel tan ordenado estudio. No, ella no vive allí, aunque va y viene como si así lo fuese. Él, en todo caso, era como si no viviese en ningún otro lugar -dentro de aquella casona- que no fuese en dicho estudio, abarrotado de libros y libros.

A veces escuchaba música. Esos eran los momentos más 'normales' antes de volver a su extraña forma de vida: sentarse ante el escritorio, en el estudio, y pasarse el día escribiendo cartas, innumerable cantidad de ellas... todas sin respuesta. Llevaba ya casi tres años con aquel, digamos, estilo de vida tan taciturna -como su forma de ser-: casi como ausente, gris, penumbrosa.

- Cuándo me dirás a quién o a quiénes les escribes con tanto afán todo el tiempo? -preguntó ella recostándose contra la puerta que, por extraña razón, yacía abierta.  Él , por primera vez, dejó de escribir y volteó.
- Dentro de muy poco lo sabrás, te lo aseguro -respondió con un tono suave, cálido.

Su mirar, en ese insto momento, no era usual. Ella lo sabía, lo sabía demasiado bien. No pudo evitar sentirse ahogada, por un segundo, tras encontrarse ante aquel mirar que se posó sobre ella. Él, como si nada, se dio la vuelta y continuó escribiendo. Ella, extrañamente sonrojada, huyó sin decir más. Se ausentó casi por completo el par los días siguientes, y así fue durante el par de meses que transcurrieron luego, hasta aquel día.

* de febrero. Ella no estaba en casa: aún no regresaba de su tradicional viaje familiar a no importa dónde. Él, un tanto apresurado, regresaba a casa con intenciones de tomar un baño y estar impecable para la exacta hora en que ella volviese. Eral las algo y cuarto de la tarde -justo entonces- cuando él, muy bien vestido, abandonaba su recámara y, velozmente, se pasaba al estudio.  Minutos después, salió a recibirla a ella... casi como presagiada.

Ella no llegaría a su casa todavía, sino a la de él, como siempre. Ambos, muy formalmente ataviados, se sentarían en la sala por algo, no más, de una hora... tal vez menos, tal vez más... tal vez no. Se supondría que sería una charla ajetreada, pero, más que nada, se trataba de un monólogo por parte de ella: sobre sus viajes, sus familiares, uno que otro cotilleo inofensivo y, a veces, uno que otro intento por hacer que él hable o sonría.

Culminada esta formalidad, ella se retira un tanto irritada, tal y como cada una de las tantas veces, desde hacía años, en que se viene llevando a cabo tal 'tradición'. Él no se despide, pero la acompaña hasta más allá de la puerta, más allá el jardín, y ella lo nota: no es usual. Un "nos vemos" se le resbala de entre los labios justo antes de alejarse. Él, aún así, no dice nada.

Su mirar, más triste que molesto, se desconecta momentáneamente de la realidad. Despierta: se percata de un algo, más que fantástico, irreal. Se haya a sí misma rodeada, en su jardín, por un número incontable de ramos de flores, muy variadas, no solo en parte desconocidas por ella, sino, extranjeras todas ellas. Todos y cada uno de aquellos ramos traían consigo, dulcemente atada, una carta.

No pudo evitarse revisar los sobres de alguno que otro ramo cercano, antes de pecatarce de que todos y cada uno de ellos (los que apenas había abierto) contenía apenas una pregunta y un muy hermoso -y único- dibujo de ella, de su sonrisa, de su figura. En cada sobre, con cada carta, un dibujo completamente único, diferente uno de otro, pero la misma pregunta todo el tiempo:

<"¿Merece, para usted, rosas o tulipanes ésta princesa?">

Necesitó un respiro. Se dirigió a la puerta de la casa, algo apresurada, y la abrió sin percatarse de que no estaba asegurada. No podía sorprenderse más de lo que ya estaba: un escenario idéntico al de su jardín se encontraba reposando en la sala de su casa, a excepción de la pequeña mesa central de la misma. Sobre ella una desolada rosa blanca (la única existente con ese color en aquel lugar) reposaba sobre una desnuda carta.

Tomó ambos, rosa y carta, entre manos, muy dulcemente. Leía mientras que, de sus ojos, caían -una a una- lágrimas. Tras de sí, él, llevaba ya rato esperándola. Entre manos, un ramo: un ramo de -exactamente- once rosas blancas. En la carta, con hermosa caligrafía, se leía:

<"¿Serías mi 12va rosa?">


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